Un Sueño

Yo y mi primo Adrián estamos vestidos justo para la ocasión: chancletas y shorts de baño, ¿Acaso alguien necesita mas en un día como el de hoy? Sin darme cuenta, sin saber donde estoy me veo cagándome de risa yendo directo a una pileta, bastante grande por cierto. Con nosotros va alguien, no lo conozco o no lo quiero reconocer. Gordo él. Los tres caminamos despreocupados y tranquilos, con paso firme y seguro a través de una pasarela rodeada de pasto y personas que parecían estar observándonos insistentemente, quizás molestos por ese típico ruido de la juventud que no dice nada pero grita de manera directamente proporcional a la edad de los receptores. Ya al borde de la pileta caemos al agua rendidos por un calor agobiante que ni respirar permite. Una vez en el agua, fría y refrescante, parece que el calor es solo un síntoma del recuerdo. Ya lejano. Hablando despreocupadamente y viendo mujeres pasa el tiempo sin que lo notemos correr. Se puede decir que estoy contento, sin preocupaciones. Casi ¿feliz?
Que pregunta. ¿Se puede ser feliz? ¿Soy feliz? La felicidad llega en momentos esporádicos, en cuenta gotas, que llena y abarcan de manera imposible (pero llenan y abarcan al fin y al cabo) el resto de la vida, ese resto inmenso y monótono. Pero si son solo momentos (mínimos, idiotas), ¿realmente es felicidad?
Del otro lado de la pileta, de pronto se me aparece la imagen de ella. Su presencia me tomo desprevenido y me sorprendió. La conozco hace un tiempo ya, pero verla en esta situación, mientras estaba ocupado en despreocuparme fue como verla por primera vez (otra vez, por primera vez, como todas las veces, por primera vez, como cuando me invitó a su casa, por primera vez, como cuando la bese en la boca, por primera vez, con ella fue otra vez una primera vez, como todas las veces). Llama la atención definitivamente. O por lo menos la mía. Bella como suele estar, pero esta vez en el agua. Viste para la ocasión una bikini naranja, con pequeñas, diminutas, flores celestes y blancas. Le queda bien, porque llama la atención como ella. Su cuerpo rubio pegado al cuerpo, mojado, brilla junto al sol al compás de los inquietos reflejos del agua.
Es pequeña de cuerpo y con diecisiete años su rostro solo demuestra ternura. Su piel es suave y blanca. Ahora la veo intentar secarse los pechos con ambas manos, intento inútil por cierto, y recuerdo repentinamente las veces que rodee con mis brazos su cintura y recorrí sus rostro con mis dedos. Suele (o solía, ya no se que pensar) emprender tareas simples pero inalcanzables a la vez: eliminar las telarañas del techo, evitar que haya marcas de zapatillas en la sala, peinarse como en las revistas solo en los días de viento, terminar alguna vez una mes entero del gimnasio... todo esto y mas, tareas simples pero imposibles, que ella emprendía con una seriedad y una determinación admirables. Y ante cada nuevo fracaso (o mejor dicho, recordatorio de la realidad: las interminables telarañas del techo, el trapo de piso que perdía ante las zapatillas las batallas por el dominio de la sala, el incontenible viento de la mañana, el aburrimiento del gimnasio y por supuesto las tercas gotas de agua que insisten en permanecer en la pileta para mojarla) ella solo sonreía y seguía intentando su hazaña domestica. Dueña de una de las sonrisas mas atrapantes que supe escuchar y de un humor mas que particular, es quizás la única persona que logró entenderme.
Parece no notarme, su rostro gira alrededor de la pileta como buscando a alguien, pero no se detienen en mi. Me quedo en la penumbra de la muchedumbre, deseando ser visto. Estamos solo a unos metros pero al gente agrega en la escena una sombra que parece abarcarme solo a mi. Sus ojos celeste profundo (como le dije alguna vez, por primera vez) que me miraron tantas noches de invierno y me llevaron a otros lugares, esta vez me eran esquivos. Se escapan de mi vista y no los puedo encontrar. Pienso para ella –“Quisiera decirte otra vez, como aquella primera vez”. Cerca, demasiado cerca, están Adrián y el Gordo. Bromeando, entretenidos, golosos de carne femenina. Pero para mi ellos están ya muy lejos, fuera de mi alcance, balbuceando cosas que no entendía ni tampoco quería entender. Los comentarios que me hacían reír hace unos momentos ya perdieron sentido. Si tan solo estuviésemos en la pileta solos por primera vez. Pero no está sola, junto a ella está este pibe... no recuerdo su nombre... se que lo veo por primera vez. Definitivamente recordaría un rostro como el suyo de haberlo visto anteriormente. Pobre tipo, excusa de persona. Típico adolescente con aires de estar a la moda, anteojos violeta, ropa de marca y pelo corto con mechas rubias. Me da asco. Nunca entendía a las personas que se visten mirando una revista. De hecho las detesto. Le falta de personalidad es lo peor que le puede suceder a alguien, y en contra a toda lógica me encuentro rodeado de gente que busca adrede la falta de personalidad. Mentira, lo conozco desde hace mucho tiempo pero olvidarlo constantemente me da la oportunidad de renovar mi opinión (para volver a despreciarlo).
Controlando mi habla pienso casi en vos alta: -“¿Cómo puede gustarle este pobre idiota? Si a ella le gusta este tipo de personas entonces...” Mi pensamiento se interrumpió con el imprevisto cruce de sus ojos, que me notaban por primera vez en la tarde. Su boca garabatea una sonrisa (que hermosa sonrisa), pero no logro descubrir si es por verme o por algún comentario del otro. Nos vemos pero nos alejamos, ella se pone nerviosa, comienza a mirar a su alrededor como buscando una excusa para alejarse o acercarse. La incomodidad de los últimos días se vuelve a apoderar del momento. Me resulta difícil leerla, siempre me costo. Pero ahora se muestra mas misteriosa que de costumbre, -“Quiere estar con migo” me digo a mi mismo en voz alta (convenciéndome de lo que no se); y desde que la divisé del otro lado de la pileta recién ahora logro estar contento y expresarlo sinceramente. ¿Felicidad?
Como si me hubiesen escuchado su “amigo” se aleja. Y ella se queda sola, jugueteando con las manos en el agua, como queriendo separar la pileta en dos constantemente. Una y otra vez. Sigue igual, sigue buscando imposibles cotidianos. Escapando del hechizo de su imagen lejana, me acerco viéndola directamente a los ojos. Ella no me ve o pretende no verme y continua su jugueteo, lo que me vuelve mas loco. A partir de este momento todo se nubla: la llamo y me mira, y me dice algo. Le respondo, pero no se bien que es lo que me está diciendo. Empiezo a balbucear letras y me dejo acompañarla. Quedo asombrado, su voz me atrapa nuevamente, su sonrisa me dice que me quiere, y hablamos como la primera vez de todo y de nada. Como si nunca nada hubiera pasado, como si nunca nos hubiésemos separado, como si simplemente fuésemos. Ella sigue su jugueteo con el agua, pero esta vez se que no es para escapar, esta vez es para llamar mi atención, para decirme “mirame”. Y yo la miro. Fuera de la pileta, fuera de la ciudad, solos nos encontramos hablando, jugando, riendo. Y me acerco a ella, lentamente, queriendo tocarla mas, queriendo sentirla bien cerca mío. Sabiendo que es lo que quiere, sabiendo que necesita(mos) que la bese. Se acuerda de todo lo que vivimos, pero insiste en hablar de una noche en que estábamos en la puerta de su casa escuchando la radio, y me dice que no se acuerda ese tema que pasaron y tanto le gustaba. Tonta, esa noche te abrasé, tenías frío. ¿No te acordás? Pasaron el tema de café tacuba (el que tanto te gustaba) y yo me reí de vos. Te enojaste y me ofreciste un puchero. Te abracé otra vez como si hubiese cometido el peor error de mi vida y me sonreíste solamente a mi, susurrándome al oído esas palabras que no quiero recordar por que ese momento de felicidad (mínimo, idiota) ya no existe mas. Como ahora, como esa sonrisa que estoy viendo.
Pero algo cae cerca de mío, un sonido horrible seguido por una ola que destruye el momento. Es el pibe este. Se presenta y me pregunta el nombre. No puedo hablarle, no me salen las palabras (¡No me salen las palabras!). El silencio que salía de mi como gritando se hizo insoportable. Ella me presenta y continua hablando naturalmente de algún programa de radio que quedo fuera del aire, o quizás de algún trabajo que el gobierno realiza en la cuadra. Se abrazan. Me mata, otra vez siento nauseas. La miro a los ojos una vez mas y trato de entenderla... pero se aleja mas y mas (¡Dios, está frente mío pero la veo alejarse!). Me quedo inmóvil observándola hablar sin prestarme la atención de la que gozaba hace segundos. –“Nunca te lo dije... nunca llegue a decírtelo...” le dio sin pensar en las consecuencias. Ella se sorprende de mi oración, quizás porque no esperaba que dijera algo. Repetí la frase esperando alguna respuesta que no llegaba ni llegaría nunca (ya no la puedo ver, ya no la puedo recordar cerca mío). Sin hacerme caso sigue hablando del negocio familiar, o de alguna salida para el sábado.
Me voy, salgo de la pileta evidentemente enojado. Con ella, con ese. No, no es con ellos, el enojo es con migo. Por cobarde, por estúpido. Por no hablar, por no actuar. Caigo en una pesadilla, que se tuve miles de veces, y se, nunca llega a concluir, que se estira absolutizando un momento que se repite una y otra vez. ¿El absoluto una y otra vez? La felicidad esta formada solo por momentos que completan irracionalmente la vida. Pero el dolor, este dolor, es un absoluto una y otra vez, uno solo. Una y otra vez. La escucho y creo que me llama, pero no me atrevo a voltear y verla a la cara, a los ojos. Insiste, esta vez con mas fuerza, con mas ganas. Pero sigo enojado, sigo caminando: -“La vida se te escapa y vos corres en dirección opuesta”, las palabras se deslizan de mi boca como cicatrices que crecen con cada sílaba. Decidido me alejo, sin rumbo... sin saber donde, sin querer irme. Me voy

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