Desarmar, revisar y tirar.

 Bueno, hoy voy a colgar el segundo relato que presenté para el mundial de escritura 2021. La consigna me pericio "meh". Las primeras historias que se me vinieron a la mente fueron sobre muertes de familia (padre, madre, abuelos) pero eso me pareció demasiado aburrido. Opte por no hablar sobre los que ya no estaban y preferí describir la dinámica de tres hermanos ante una tarea pesada dejando en el fondo la idea de algo que puedo haber pasado y los hace ser como son. 

O al menos eso intenté.


:P

pd. Si, correcciones por todos lados tengo que hacerle.

----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

Día 2

Luna Neuman, licenciada y profesora en Letras, propone escribir un texto en el que ustedes quedan a cargo de cerrar una casa. Puede ser porque la persona que vivía ahí se mudó o se murió, ustedes deciden. ¿Qué sucede con todo lo que hay en su interior? ¿Qué decisiones va a tomar el narrador?


(4137)

El día fue movido. La humedad y el encierro no ayudaron pero tampoco importaron. El trabajo fue duro y pesado, pero tener a sus hermanos cerca siempre lo pone de buen humor. Cristian, el mayor, siempre dando órdenes con su voz impostada cuando hacen algo, cualquier cosa, juntos. Y siempre aflojando cuando se da cuenta que la pasan mejor cuando están juntos, sin importar si se hace juntos, lo que sea, bien o mal. Ariel, el menor, siempre buscando la manera para hacer menos de lo posible cuando hacen algo, cualquier cosa, juntos. Y siempre dispuesto a estar. Matias, 5 años menor que Cristian y 9 años mayor que Ariel, nunca tuvo otra opción que ser complaciente con uno y responsable con el otro.

De ese día siempre van recordar que lo pasaron juntos, como no lo hacían en mucho tiempo y como no lo volverían a hacer en otro tanto. Se encontraron, se esperaron, desayunaron, almorzaron, trabajaron, discutieron, se rieron, terminaron, se despidieron. Los tres juntos, como no volverían a hacer en otro tanto.

La casa era grande. Un PH antiguo de 4 dormitorios, living, patio, recibidor, baño y cocina. La casa estaba llena. Muebles grandes y pequeños, viejos y nuevos, rotos y sanos. Fotos, algunas de hace más de 100 años llenas de personas desconocidas o con suerte vagamente familiares. Comprobantes de impuestos, algunos de hace más de 50 años. Papeles varios, toneladas. Adornos de madera de todas las provincias, aunque no se detuvieron a chequear, de todo tipo y color, como mates, tazas, cucharas, flautas, personas, formas abstractas.

Todo lo desarmaron, revisaron y finalmente desecharon. El volquete lo tramitó Cristian, y como era de esperar no hubo problemas. Para cuando llego, en horario, Cristian ya tenía encaminado el procedimiento correcto de desarme, revisión y desecho de todo lo que debía ser descartado. Es decir, todo. Ariel, bueno… Es seguro que entendió claramente el procedimiento. Incluso la necesidad de descartar todo. Pero mientras que Cristian invertía la mayor parte de su tiempo analizando cómo avanzar más rápido, Ariel lo invertía examinando detalladamente todo. Y ante todo, o casi todo (seamos justos), era inevitable que Ariel pregunte “¿nos podemos quedar con esto?”. Ante lo cual la única respuesta posible de Cristian era un categórico “vemos”. Claro que ese vemos tenía por función única y exclusiva descartar la idea de mantener, sea lo que sea. El descarte sólo admitía una apelación, de presentación inmediata mediante una mirada que Ariel le hacía a Matias, quien tenía que rápidamente juzgar si la apelación tenía suficiente mérito para ser aprobada. En otras oportunidades, esas apelaciones podrían ser exitosas, pero no en esa casa, no con esas cosas.

Ariel fue el primero en partir. Sabía bien que no tenía chance de escaparse antes de terminar, así que mostró su mejor cara de truco durante todo el día. Desarmo, revisó y tiró cuando era necesario e hizo como que desarmó, revisó y tiró toda vez que pudo.

Cristian le siguió, pero solamente después de analizar que ya la tarea estaba terminada. O suficientemente terminada como para que Matias se haga cargo.

Ya solo, con la faena concluida, comenzó a sonar el timbre. Pensando que podía ser la empresa del volquete comenzó a dirigirse a la puerta… pero después de unos pasos vio en una esquina una pequeña escultura de madera tallada. Eran tres niños de madera. El timbre siguió sonando, pero Matías solo pudo ir a recoger la escultura. Raro, cómo se le pasó a Cristian. Debía estar desarmada, revisada y descartada. Pero ahí estaba.

Tomó la pequeña escultura, la revisó, la pasó entre sus manos sintiendo cada pequeño detalle. Algo similiar al calor comenzó a apoderarse de sus pensamientos. Un sentimiento acogedor. Si el timbre siguió sonando, Matías no lo escuchó más. Entre sus manos, la pequeña escultura no parecía reciente. Mucho menos cuidada. Después de unos segundos, levantó su cabeza con la mirada fija en el techo, viendo algo que no estaba ahí.

Finalmente (un minuto o una hora después, no importa), como si sus piernas no pudieran soportar su peso, Matías cayó al piso de rodillas. Y se abrazó como pudo, lo más que pudo.


Entradas más populares de este blog

Encuentro

Horrible

Un Sueño